Los invito a seguir leyendo tranquilos, escuchando mi versión de Naranjo en Flor, y a meditar un poquito sobre los conceptos aquí vertidos (intentaré resumir y no profundizar demasiado).
Primero hay que saber sufrir...
Con motivo de promocionar mi trabajo docente especializado en adultos mayores (ver blog del 25.10.2015 Viejos), mandé un poco de material informativo a algunos medios de prensa. Por tal motivo el próximo lunes 04.04.2016 (mas o menos a las 09:30 hrs) vendrá un móvil de canal cuatro a hacerme una nota en casa para conversar sobre las clases a los "viejos", con la presencia de un muy querido alumno mío que aceptó aparecer frente a las cámaras.
Supongo que será una nota breve y no dará el tiempo como para explicar y contar las concepciones que manejamos acerca del envejecimiento, ese proceso en continuo desarrollo, (que tomamos como una optimización), a lo largo del cual vamos cambiando velocidad e impaciencia por experiencia y sabiduría.
Explicar que la “presencia del olvido” no es la “falta de memoria”.
Que además de la buena alimentación, el ejercicio físico, etc. también las actividades de ocio disminuyen el riesgo de demencia, y que una de ellas puede ser precisamente el aprender a tocar guitarra.
Cuando una persona “anciana” se decide por el aprendizaje de un instrumento, se está decidiendo por una nueva actividad con la cual ocupará parte de su tiempo. Se está decidiendo a ejercitar - como jugando - sus capacidades, aprendiendo cosas nuevas, socializando y teniendo un claro objetivo.
Tampoco alcanzará la entrevista para explicar, que como docentes la mayor dificultad consiste en abandonar nuestros propios patrones interpretativos de la realidad, nuestra soberbia de maestros, para poder ponernos en el lugar del alumno y comprender cuáles son sus propios patrones paradigmáticos. Cómo esos patrones fueron formándose y mutando a lo largo del tiempo, según variaban las condiciones que lo orientaban en su vivir, tales como la familia, el trabajo, las tradiciones, la cultura, etc. Elementos que forjaron su identidad y que también provocaron cambios en tal sentido. El hecho de jubilarse, el ser abuelo, el abandono de los hijos, la cercanía de la muerte, por nombrar solo algunos ejemplos.
Nuestra tarea es ofrecer ayuda en una re-orientación, descubrir una nueva mirada sobre la realidad y aceptar que efectivamente hay algo que aprender y que vale la pena.
En la televisión no dará el tiempo para explicar, que para lograrlo debemos primero comprender los aspectos biológicos, psicológicos y sociales del alumno, para establecer una metodología individualizada, que considere su personalidad, sus expectativas, sus motivaciones y sus limitaciones.
Debemos adecuar el material a trabajar, re-escribir partituras, adaptar distintas maneras de explicar, modificar posiciones corporales y mecanismos de movimientos, sin subestimar ni sobre-exigir.
Ser auténticos en los elogios y también en las críticas.
En la tele no podré especificar las diferencias que hay entre dar clases a un “joven” y a un “viejo”.
Diferencias que nos hacen entender cabalmente la didáctica que debemos aplicar en cada caso.
Cuando un joven aprende, el “ámbito” (por llamarlo de alguna manera) en el cual como docente nos concentramos (y en el cual sucede el verdadero aprendizaje) es en esa expectativa, (según Freire una curva de tensión) entre la paciencia que exige el aprender algo nuevo y la impaciencia propia del estudiante. Esto es algo que con los “viejitos” no se da. No aparece la impaciencia. Tampoco existe la necesidad de una evaluación, cosa que los jóvenes suelen desear - aunque ellos lo ignoren - como un mal necesario.
Con los jóvenes es imprescindible que el docente sea capaz de asumir el control intelectual en determinadas partes del proceso de enseñanza. Con los “viejos” hay que tratar desde la más absoluta igualdad.
Los tiempos de reacción y los modos de procesamiento son totalmente distintos. No solamente desde lo neurológico, sino también desde lo fisiológico: los cambios sensoriales (vista, oído, tacto), lo muscular, el deterioro óseo.
Por otro lado la gran sabiduría de los viejos, la ausencia del “apuro”, la práctica eficaz a la hora de estudiar, el compromiso con uno mismo, la libertad personal, son cosas que -de saberlo – muchos jóvenes estudiantes envidarían.
En fin… el tiempo en televisión es tirano.
Tiranos temblad!