Click en play, y a seguir leyendo tranquilos:
Pienso.
En el cuidacoches que insistió para tener clases de guitarra. “quiero estudiar y no me dejan” dijo.
Lo cierto es que cuando apareció estaba medio sacado, agresivo, lo propio de un despechado. Un muchacho joven en “situación de calle”, a quien le faltó – y le falta – nutrición, en la zapán y en la sabiola.
Luego de algunos días en que lo pensé mejor, quiso el destino que el muchacho volviera a aparecer a rescatarme del arrepentimiento. Coordinamos día y horario de clase y le tocó con un grupo de alumnos primerizos, adultos, todos ellos hombres.
Lo cierto es que cuando apareció estaba medio sacado, agresivo, lo propio de un despechado. Un muchacho joven en “situación de calle”, a quien le faltó – y le falta – nutrición, en la zapán y en la sabiola.
Luego de algunos días en que lo pensé mejor, quiso el destino que el muchacho volviera a aparecer a rescatarme del arrepentimiento. Coordinamos día y horario de clase y le tocó con un grupo de alumnos primerizos, adultos, todos ellos hombres.
Claro, no tiene guitarra. Le ofrecí la posibilidad de venir a practicar a la Escuela de Música, en donde dejando su cédula se le prestaría una guitarra y se le daría un salón para estudiar.
Mientras tanto debe conseguir una guitarra, aunque sea prestada, para poder practicar.
Tuvimos una clase hermosa, en la cual el gurí empezó a descubrir un nuevo mundo. Es un muchacho entusiasta y aunque le cueste coordinar movimientos, o comprender indicaciones, está bien dispuesto y aprecia la puertita que se va abriendo.
“Cambié las drogas por la guitarra!” le dijo- loco de contento- al portero al salir.
Suele ser una gran satisfacción volver a ver cómo los alumnos se van de la clase cargados de alegría, energía y ganas de aprender. De saberse capaces. Tal como uno mismo lo experimentó algunas veces. Con la diferencia que uno supo dar rienda suelta a esa emoción aparentemente tan juvenil, ya sea abriendo la canillita de las lágrimas, sentadito en un umbral, o pegando saltos y corriendo guitarra en mano.
Ya al otro día de la clase, este muchacho se presentó en la Escuela de música reclamando una guitarra y un salón. Yo no había avisado.
Naturalmente encontró rechazo, censura y cuestionamiento.
Naturalmente reaccionó:
“Gordo de mierda!” “Puta de mierda!”
Mientras tanto yo, luego de cenar y antes de acostarme en mi cama dentro de mi casa…
Pienso.
En la gurisita del grupo de sensibilización musical (7-9 añitos), que se ve en el pelo y en la piel que también a ella le falta nutrición en la pancita y también en la cabecita. Que la traen los padres del INAU a la Escuela de Música y luego la vuelven a llevar al hogar infantil, reportándose con los asistentes sociales a cargo.
Una niña que vuelve a las tres brevísimas clasecitas que tenemos, llena de expectativa y alegría, mientras me doy cuenta como le cuesta razonar, comprender unas simples indicaciones, por más lúdicas que sean. Aprecio con que esperanza me observa, con sus ojos bien abiertos y una sonrisa, como si uno le pudiera solucionar su futuro.
Pienso.
Que importante es enseñar guitarra.
Siempre fue mi lugar de militancia.
La guitarra.
Estamos escuchando una improvisación que grabé hace ya varios años en uno de mis viajes.
Cuando termine invito a escuchar nuevamente –y con mucha atención a la letra – LA VIOLENCIA, de la gran murga Agarrate Catalina:
Salud!
y a seguir!!